Lanzamiento del Año Cortázar

En el marco de la inauguración de la muestra Rayuela. 50 años, mañana a las 17:30 hs., se desarrollará el acto de lanzamiento del Año Cortázar 2014 en el hall central de la Televisión Pública.

La muestra reúne primeras ediciones de libros de Cortázar los cuales forman parte del patrimonio de la Biblioteca Nacional, dibujos y fragmentos de Rayuela y el retrato que hizo Sara Facio. Habrá también un espacio dedicado a la historieta La raíz del ombú escrita por Julio e ilustrada por Alberto Cedrón.

La curaduría y diseño de la exposición está a cargo de de la Casa Nacional del Bicentenario, de la Secretaría de Cultura de la Nación, producción de la Televisión Pública y apoyo de la Fundación Internacional Argentina (FIA).

Podrá visitarse hasta el 10 de julio, de lunes a viernes de 9 a 20 hs. en la TV Pública

Más información en: Télam

La Cruz del Sur, de Julio Cortázar (letra) y Edgardo Cantón (música), en la voz del Tata Cedrón

Vos ves la Cruz del Sur
y respirás el verano con su olor a duraznos
y caminás de noche mi pequeño fantasma silencioso
por ese Buenos Aires, por ese siempre mismo Buenos Aires.

Extraño la Cruz del Sur
cuando la sed me hace alzar la cabeza
para beber tu vino negro, rnedianoche.
Y extraño las esquinas con almacenes dormilones
donde el perfume de la yerba
tiembla en la piel del aire.

Extraño tu voz,
tu caminar conmigo por la ciudad.
Comprender que eso está siempre allá
como un bolsillo donde a cada rato
la mano busca una moneda, el peine, llaves,
la mano infatigable de una oscura memoria
que recuenta sus muertos.

La Cruz del Sur, el mate amargo
y las voces de amigos
usándose con otros.
Me duele un tiempo amargo
Ileno de perros y desgracia
la agazapada convicción de que volver es vano.

Comprender que un mar es más que un mar,
que la muerte se viste de distancia
para llegar de a poco, lenta, interminable,
como una melodía que se resuelve al fin
en humo de silencio.
Extraño ese callejón
que se perdía en el campo y el cielo
con sauces y caballos y algo como un sueño.
Y me duelen los nombres de cada cosa
que hoy me falta,
como me duele estar tan lejos
de tu caricias y de tus labios.

Extraño tu voz
tu caminar
conmigo por la ciudad.

Julio Cortázar

Música: Edgardo Cantón

Julio Cortázar: algunos textos en su voz

Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción. Fue, tal vez sin proponérselo, el argentino que se hizo querer de todo el mundo. Sin embargo, me atrevo a pensar que si los muertos se mueren, Cortázar debe estar muriéndose otra vez de vergüenza por la consternación mundial que ha causado su muerte. Nadie le temía más que él, ni en la vida real ni en los libros, a los honores póstumos y a los fastos funerarios. Más aún: siempre pensé que la muerte misma le parecía indecente. En alguna parte de La vuelta al día en ochenta mundos un grupo de amigos no puede soportar la risa ante la evidencia de que un amigo común ha incurrido en la ridiculez de morirse. Por eso, porque lo conocí y lo quise tanto, me resisto a participar en los lamentos y elogías por Julio Cortázar. Prefiero seguir pensando en él como sin duda él lo quería, con el júbilo inmenso de que haya existido, con la alegría entrañable de haberlo conocido, y la gratitud de que nos haya dejado para el mundo una obra tal vez inconclusa pero tan bella e indestructible como su recuerdo.


Gabriel García Márquez*

Fragmento de «El argentino que se hizo querer de todos».

Extraído de “Manual de Cronopios” (Francisco J. Uriz) – Ediciones de la Torre ©1992

FUENTESololiteratura.com

El argentino que se hizo querer de todos, por Gabriel García Márquez

Fui a Praga por última vez hace unos quince años, con Carlos Fuentes y Julio Cortázar. Viajábamos en tren desde París porque los tres éramos solidarios en nuestro miedo al avión y  habíamos hablado de todo mientras atravesábamos la noche dividida de las Alemanias, sus océanos de remolacha, sus inmensas fábricas de todo, sus estragos de guerras atroces y amores desaforados.

A la hora de dormir, a Carlos Fuentes se le ocurrió preguntarle a Cortázar cómo y en qué momento y por iniciativa de quién se había introducido el piano en la orquesta de jazz. La pregunta era casual y no pretendía conocer nada más que una fecha y un nombre, pero la respuesta fue una cátedra deslumbrante que se prolonga hasta el amanecer, entre enormes vasos de cerveza y salchichas de perro con papas heladas. Cortázar, que sabía medir muy bien sus palabras, nos hizo una recomposición histórica y estética con una versación y una sencillez apenas creíbles, que culminó con las primeras luces en una apología homérica de Thelonious Monk. No sólo hablaba con una profunda voz de órgano de erres arrastradas, sino también con sus manos de huesos grandes como no recuerdo otras más expresivas. Ni Carlos Fuentes ni yo olvidaríamos jamás el asombro de aquella noche irrepetible.

Doce años después vi a Julio Cortázar enfrentado a una muchedumbre en un parque de Managua, sin más armas que su voz hermosa y un cuento suyo de los más difíciles: La noche de Mantequilla Nápoles. Es la historia de un boxeador en desgracia contada por él mismo en lunfardo, el dialecto de los bajos fondos de Buenos Aires, cuya comprensión nos estaría vetada por completo al resto de los mortales si no la hubiéramos vislumbrado a través de tanto tango malevo; sin embargo, fue ese el cuento que el propio Cortázar escogía para leerlo en una tarima frente a la muchedumbre de un vasto jardín iluminado, entre la cual había de todo, desde poetas consagrados y albañiles cesantes, hasta comandantes de la revolución y sus contrarios. Fue otra experiencia deslumbrante. Aunque en rigor no era fácil seguir el sentido del relato, aún para los más entrenados en la jerga lunfarda, uno sentía y le dolían los golpes que recibía Mantequilla Nápoles en la soledad del cuadrilátero, y daban ganas de llorar por sus ilusiones y su miseria, pues Cortázar había logrado una comunicación tan entrañable con su auditorio que ya no le importaba a nadie lo que querían decir o no decir las palabras, sino que la muchedumbre sentada en la hierba parecía levitar en estado de gracia por el hechizo de una voz que no parecía de este mundo.

Estos dos recuerdos de Cortázar que tanto me afectaron me parecen también las que mejor lo definían. Eran los dos extremos de su personalidad. En privado, como en el tren de Praga, lograba seducir por su elocuencia, por su erudición viva, por su memoria milimétrica, por su humor peligroso, por todo lo que hizo de él un intelectual de los grandes en el buen sentido de otros tiempos. En público, a pesar de su reticencia a convertirse en un espectáculo, fascinaba al auditorio con una presencia ineludible que tenía algo de sobrenatural, al mismo tiempo tierna y extraña. En ambos casos fue el ser humano más importante que he tenido la suerte de conocer.

Desde el primer momento, a fines del otoño triste de 1956, en un café de París con nombre inglés, adonde él solía ir de vez en cuando a escribir en una mesa del rincón, como Jean-Paul Sartre lo hacía a trescientos metros de allí, en un cuaderno de escolar y con una pluma fuente de tinta legítima que manchaba los dedos. Yo había leído Bestiario, su primer libro de cuentos, en un hotel de Lance de Barranquilla donde dormía por un peso con cincuenta, entre peloteros más mal pagados y putas felices, y desde la primera página me di cuenta de que aquél era un escritor como el que yo hubiera querido ser cuando fuera grande. Alguien me dijo en París que él escribía en el café Old Navy, del boulevard Saint Germain, y allí lo esperé varias semanas, hasta que lo vi entrar como una aparición. Era el hombre más alto que se podía imaginar, con una cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro que más bien parecía la sotana de un viudo, y tenía los ojos muy separados, como los de un novillo, y tan oblicuos y diáfanos que habrían podido ser los del diablo si no hubieran estado sometidos al dominio del corazón.

Años después, cuando ya éramos viejos amigos, creí volver a verlo como lo vi aquel día, pues me parece que se recreó a si mismo en uno de los cuentos mejor acabados – El otro cielo -, en el personaje de un latinoamericano sin nombre que asistía de puro curioso a las ejecuciones en la guillotina. Como si lo hubiera hecho frente a un espejo. Cortázar lo describió así: «Tenía una expresión distante y a la vez curiosamente fija. La cara de alguien que se ha inmovilizado en un momento de su sueño y se rehúsa a dar el paso que lo devolverá a la vigília.». Su personaje andaba envuelto en una hopalanda negra y larga, como el abrigo del propio Cortázar cuando lo vi por primera vez, pero el narrador no se atrevía a acercársele para preguntarle su origen, por temor a la fría cólera con que él mismo hubiera percibido una interpelación semejante. Lo raro es que yo tampoco me había atrevido a acercarme a Cortázar aquella tarde del Old Navy, y por el mismo temor. Lo vi escribir durante más de una hora, sin una pausa para pensar, sin tomar nada más que medio vaso de agua mineral, hasta que empezó a oscurecer en la calle y guardó la pluma en el bolsillo y salió con el cuaderno debajo del brazo como el escolar más alto y más flaco del mundo. En las muchas que nos vimos años después, lo único que había cambiado en él era la barba densa y oscura, pues hasta hace apenas dos semanas parecía cierta la leyenda de que era inmortal, porque nunca había dejado de crecer y se mantuvo siempre en la misma edad con la que había nacido. Nunca me atreví a preguntarle si era verdad, como tampoco le conté que en el otoño triste de 1956 lo había visto, sin atreverme a decirle nada, en su rincón del Old Navy, y sé que dondequiera que esté ahora estará mentándome la madre por mi timidez.

Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción. Fue, tal vez sin proponérselo, el argentino que se hizo querer de todo el mundo. Sin embargo, me atrevo a pensar que si los muertos se mueren, Cortázar debe
estar muriéndose otra vez de vergüenza por la consternación mundial que ha causado su muerte. Nadie le temía más que él, ni en la vida real ni en los libros, a los honores póstumos y a los fastos funerarios. Más aún: siempre pensé que la muerte misma le parecía indecente. En alguna parte de La vuelta al día en ochenta mundos un grupo de amigos no puede soportar la risa ante la evidencia de que un amigo común ha incurrido en la ridiculez de morirse. Por eso, porque lo conocí y lo quise tanto, me resisto a participar en los lamentos y elogías por Julio Cortázar. Prefiero seguir pensando en él como sin duda él lo quería, con el júbilo inmenso de que haya existido, con la alegría entrañable de haberlo conocido, y la gratitud de que nos haya dejado para el mundo una obra tal vez inconclusa pero tan bella e indestructible como su recuerdo.

Gabriel García Márquez

Extraído de «Manual de Cronopios» (Francisco J. Uriz) – Ediciones de la Torre ©1992

FUENTE: Sololiteratura.com

Cortázar y los libros

Jesús Marchamalo ahonda en la biblioteca personal de Julio Cortázar para aproximarnos un poco más a este escritor de culto: sus libros, sus anotaciones al margen, los papeles encontrados, los subrayados y recortes.

Dice Marchamalo

He eludido conscientemente hablar con personas que pudieron conocerlo o tratarlo –muchos de ellos escritores que aparecen mencionados en las siguientes páginas– y que podrían haber aportado un testimonio fidedigno del Cortázar lector.

Pero me resultó sugestiva la idea de que este libro llegue a tener algo de hallazgo fortuito, de azaroso descubrimiento: un Cortázar inédito convertido, a través de sus lecturas, en territorio definitivamente fabulado. (En: Fórcola Ediciones).

Además destaca que

Cortázar no fue un coleccionista. Muchos de los libros que tiene son ediciones baratas, de bolsillo. Su biblioteca es la de un lector, un lector voraz, además. Y es cierto que cada biblioteca tiene una parte que falta, toda esa parte de libros que pierdes, que dejas olvidados en los hoteles, que se extravían en viajes, en mudanzas y traslados, que prestas… Pero también hay libros que te acompañan toda la vida. Cortázar tenía entre sus libros ejemplares que leyó de joven en la Universidad, en la Argentina, y que conservó con él hasta su muerte. (En: El Mundo).

Marchamalo, Jesús. Cortázar y los libros: un paseo por la biblioteca del autor de Rayuela. Madrid: Fórcola, 2011

VER:

Cortázar y los libros – Jesús Marchamalo. En: Fórcola Ediciones

Cortina, Álvaro. ¿Qué leía Julio? En: El Mundo. 18 de julio de 2011

Ya no danzan solas

Por: Alejandra Moglia

Azucena Villaflor, organizadora de las Madres de Plaza de Mayo. Fue secuestrada, desaparecida, torturada y arrojada al Río de la Plata. Sus cenizas fueron enterradas en la Plaza de Mayo, junto a la Pirámide, testigo de su lucha incansable.

El 10 de diciembre de 1983 Argentina recuperaba la democracia, y el 22 de noviembre de 2007 se constituye al 10 de diciembre como Día de la Restauración de la Democracia que coincide, además, con el Día de los Derechos Humanos. A 27 años de aquel día maravilloso aquí nos encontramos muchos, cada vez más,  cada vez más despiertos, cada vez más protagonistas de nuestra historia, más comprometidos, rindiéndoles homenaje.

Una vez más y siempre

MADRES DE LA PLAZA EL PUEBLO LAS ABRAZA.

Pintura de Francesc De Diego Fuertes

Nuevo elogio de la locura

Julio Cortázar


El primero fue escrito hace siglos por Erasmo de Roterdam. No recuerdo bien de qué se trataba, pero su título me conmovió siempre, y hoy sé por qué: la locura merece ser elogiada cuando la razón, esa razón que tanto enorgullece al Occidente, se rompe los dientes contra una realidad que no se deja ni se dejará atrapar jamás por las frías armas de la lógica, la ciencia pura y la tecnología.

De Jean Cocteau es esta profunda intuición que muchos prefieren atribuir a su supuesta frivolidad: Victor Hugo era un loco que se creía Victor Hugo. Nada más cierto: hay un ser genial –epíteto que siempre me pareció un eufemismo razonable para explicar el grado supremo de la locura, es decir, de la ruptura de todos los lazos razonables– para escribir Los trabajadores del mar y Nuestra Señora de París. Y el día en que los plumíferos y los sicarios de la junta militar argentina echaron a rodar la calificación de “Locas” para neutralizar y poner en ridículo a las Madres de Plaza de Mayo, más les hubiera valido pensar en lo que precede, suponiendo que hubieran sido capaces, cosa harto improbable. Estúpidos como corresponde a su fauna y a sus tendencias, no se dieron cuenta de que echaban a volar una inmensa bandada de palomas que habría de cubrir los cielos del mundo con su mensaje que cada día es más escuchado y más comprendido por las mujeres y los hombres libres de todos los pueblos.
Como no tengo nada de politólogo y mucho de poeta, veo el discurso de la historia como los calígrafos japoneses sus dibujos: hay una hoja de papel, que es el espacio y también el tiempo, hay un pincel que una mano deja correr brevemente para trazar signos que se enlazan, juegan consigo mismo, buscan su propia armonía y se interrumpen en el punto exacto en que ellos mismos determinan. Sé muy bien que hay una dialéctica de la historia (no sería socialista si no lo creyera), pero también sé que esa dialéctica de las sociedades humanas no es un frío producto lógico como lo quisieran tantos teóricos de la historia y la política. Lo irracional, lo inesperado, la bandada de palomas, las Madres de la Plaza de Mayo, irrumpen en cualquier momento para desbaratar y trastocar los cálculos más científicos de nuestras escuelas de guerra y de seguridad nacional. Por eso no tengo miedo de sumarme a los locos cuando digo que, de una manera que hará crujir los dientes de muchos bien pensantes, la sucesión del general Viola por el general Galtieri es hoy obra evidente y triunfo significativo de ese montón de madres y de abuelas que desde hace tiempo se obstinan en visitar la Plaza de Mayo por razones que nada tienen que ver con sus bellezas edilicias o la majestad más bien cenicienta de su celebrada Pirámide.
En los últimos meses, la actitud más definida de una parte del pueblo argentino se ha apoyado consciente o inconscientemente en la demencial obstinación de un puñado de mujeres que reclaman explicaciones por la desaparición de sus seres queridos. La vergüenza es una fuerza que puede disimularse mucho tiempo, pero que al final estalla de las maneras más inesperadas, y ese factor no ha sido tenido jamás en cuenta por la soberbia de los militares en el poder. Que bajo la férula menos violenta de Viola esa explosión haya asumido la magnitud de una manifestación de miles y miles de argentinos en las calles céntricas de Buenos Aires, y una serie creciente de declaraciones, denuncias y peticiones en los periódicos, es una prueba de debilidad castrense que la estirpe de losGaltieri y otros halcones no podían tolerar. Ellos, por supuesto, no lo saben de manera demasiado lúcida, pero la lógica de la locura no es menos implacable que la que se estudia en el colegio militar: el corolario del teorema es que el general Galtieri debería estar reconocido a las Madres de la Plaza de Mayo, pues es sobre todo gracias a ellas que ha podido dar el zarpazo que acaba de encaramarlo en el sillón de los mandamás.
Por su parte, las madres y las abuelas que sin saberlo han facilitado su entronización, no tienen la menor idea de lo que han hecho. Muy al contrario, pues en el plano de la realidad inmediata esa sustitución de jefatura significa una profunda agravación del panorama político y social de la Argentina. Pero esa agravación es al mismo tiempo la prueba de que la copa está cada vez más colmada, y que el proceso llega a su punto de máxima tensión. Es entonces que la respuesta de esa parte de nuestro pueblo capaz de seguir teniendo vergüenza deberá entrar en acción por todas las vías posibles, y que las fuerzas del interior y del exterior del país tendrán que responder a algo que las está invitando a salir de una etapa harto explicable pero que no puede continuar sin darle la razón a quienes pretenden tenerla.
Sigamos siendo locos, madres y abuelitas de Plaza de Mayo, gentes de pluma y de palabra, exiliados de dentro y de fuera. Sigamos siendo locos, argentinos: no hay otra manera de acabar con esa razón que vocifera sus slogans de orden, disciplina y patriotismo. Sigamos lanzando las palomas de la verdadera patria a los cielos de nuestra tierra y de todo el mundo.

Se lavaron sus heridas en el mar

José Saramago


Se lavaron sus heridas en el agua del mar y ahora están sentados en la arena mientras los centinelas vigilan desde lo alto de las dunas.

Es éste el precio de la paz cuando el amanecer se acerca y el miedo de morir es ese más humano de no vivir bastante.

La penumbra que aún esconde las aguas huele a algas pisadas y a agallas y tiene el poder inesperado de hacer hinchar los músculos pobres.

Si apartásemos el casi inaudible batir de la ola podríamos decir que el silencio cierra todo el horizonte y enseguida es absoluto cuando el primer arco del
sol comienza a alzarse.

El mundo durante el minuto siguiente va a quedar rojo cereza y los hombres y las mujeres parecen flotar en el interior de un horno y son inmortales.

Distante creeríamos el año de 1993 y sin embargo aún es su tiempo.

Pero sueltas dispersas esperanzas sobreviven a los muertos interminables y a la sangre tanto que el sol encuentra en la playa una tribu que reposa entre dos
batallas.

Y no ya como tantas veces antes un rebaño de carneros fugitivos con llagas de vergüenza en el lugar de los cuernos arrancados.

Oh, elocuentemente diríamos, oh, si no fuera preferible que recorriéramos la playa manchada de sangre diciendo algunas y discretas palabras en voz baja
amigos míos.

Tanto más que desde el lado del mar se acerca volando el primer bando de gaviotas que desde hace mucho tiempo se ve en esta tierra ocupada.

Señal de que tal vez nos reconozca finalmente la vida y de que no todo se ha perdido en las humillaciones que consentimos algunas veces cómplices.

Están ahora sobre nosotros las gaviotas mirándonos desde lo alto y suspenden un poco sus cabezas para contemplarnos mejor y decidir quienes somos.

Entre tanto el sol ha salido completo de la madrugada mientras malheridos nos erguimos y los centinelas gritan porque el enemigo se acerca.

Ellas danzan solas

Abuelas de Plaza de Mayo. Disponible en: http://www.abuelas.org.ar/

Asociación Madres de Plaza de Mayo. Disponible en: http://www.madres.org/navegar/nav.php

Canal de homenajederhumanos. Disponible en: http://www.youtube.com/user/homenajederhumanos

Cortázar, Julio. Nuevo elogio de la locura. En: Página/12. Disponible en: http://www.pagina12.com.ar/2001/suple/Madres/01-10/01-10-19/index.htm

Saramago, José. Se lavaron sus heridas en el mar. En: Palabra Virtual. Disponible en: http://www.palabravirtual.com

Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo. Disponible en: http://www.madres.org/navegar/nav.php?idsitio=2&idindex=29&idcat=