Por eje de la tierra la pusieron, de norte a sur atravesada. El mundo gira sobre su mujer.
Escritos en su tabla resplandecen los números primarios de la tierra: el número que aguza las pasiones del viento y encabrita las aguas; el número que da primaveras al mal y verdor a la guerra; el que dice los pesos y medidas que a las armas convienen;
el que sabe los límites exactos del amor con su sombra, y el que renueva y lustra la mocedad violenta de los días. Guardadora de números la llamen los que aprendan Mujer.
Hacia el norte limita con el cielo, llorada realidad, ángel crecido; al sur con la sabrosa pesadez de la tierra, al este con el árbol, con el buey al oeste. Así la procelosa realidad tiene su costa firme en la mujer: en la mujer aviva su color y sonido y enciende su coraje. La mujer dice «Rosa», y en otro nacimiento se confirma la rosa.
Fraternidad gozada de las tres dimensiones y los cuatro elementos: así diga el que aprende la mujer y su número. Porque tiene del Agua desnudo el cuerpo y ágil el talón; y sin perder su integridad . cobra la forma de los vasos; y del mar cejijunto aprende guerras, o el gracioso talante, de la lluvia.
Como el Aire, levanta de sí misma su viento. Sabe, como la Tierra, dar una faz al día y otra faz a la noche; y ejerce, como el Fuego, la virtud de templar los metales.
Después, sobre nosotros, viento, lluvia y hoguera, la mujer; y la noche y el día, y sal en nuestros ojos o canto en nuestra lengua.
Un misterio la sigue: quien lo toque nacerá para siempre.
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A Elbiamor no cantada
Solo de silencio
¡Rama frutal llena de pájaros enmudecidos, estanque negro, raíz en curva de león es tu silencio! Arranca de tus ojos en dos ríos unánimes; se escurre como el agua pluvial, de tus cabellos; cuelga de tus pestañas en invisibles gotas y es un chal en tus hombros morenos…
¡Yo he visto cómo nace de ti misma el silencio; yo sé cómo se anudan sus culebras azules en el gajo temblante de mi cuerpo! Entra como la noche a los palacios, invasor y terrible; me acarician sus dedos; abre el estuche de mis lágrimas; tiene un frescor de musgo: es el hondero que se esconde en mi selva de retorcidos árboles para cazar alondras de recuerdo. Y entonces, todo yo soy una copa de tu silencio… Violines afinados de locura, tambores secos, lenguas en una plenitud de ritmos callan en tu silencio! Vas a romper en una música sin frenos; vas a decir palabras temblorosas como nidos colgantes en la mano del viento; a desnudar tu daga de caricias ya soltarme las fieles panteras de tus besos… Pero callas en hondos reflujos ¡y otra vez el silencio, el gran silencio!
¡Ah, no me digas nada que rompa e sortilegio de tu mutismo: ni la frase antigua ni las canciones que ha mordido el tiempo!
Ser buzo y descender hasta la gruta de tu silencio, donde se tuercen los corales rojos de las mordientes ansias y el deseo es una forma negra, tentacular, sin ruido, con cien ojos de acecho… ¡Ah, no me digas nada, ni la palabra antigua ni las canciones que ha mordido el tiempo!
¡Silencio en las albercas de tus ojos, en tus caricias largas, en tus besos! Que se duerma en tus labios una gran mariposa de silencio…
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Canción
El Río de tu Sueño cantará el abecedario del agua. Tendrá árboles, como llamas verdes chisporroteando alondras; y altos bambúes cazarán el girasol de las lunas en el Río de tu Sueño que sólo tú remontas…
El alba será un loto que perfuma la muerte de tus noches; de picotear estrellas estarán ebrios tus pájaro-moscas. Habrá remansos y un polen que hace dormir al viento en el Río de tu Sueño que tú remontas.
Con mi remo al hombro he visto zarpar cien días: mis hermanos pelarán la fruta del mundo, la más roja… Con mi renio inútil, a lo largo de las noches, busco el Río de tu Sueño, que sólo tú remontas.
Algunas visiones de la Patria según Leopoldo Marechal, Julio Cortázar y Jorge Luis Borges.
Descubrimiento de la Patria, Leopoldo Marechal
I
Dije yo en la ciudad de la Yegua Tordilla: “La Patria es un dolor que aún no tiene bautismo”. Los apisonadores de adoquines me clavaron sus ojos de ultramar; y luego devoraron su pan y su cebolla y en seguida volvieron al ritmo del pisón.
II
¿Con que derecho definía yo a la Patria, bajo un cielo en pañales y un sol que todavía no ha entrado en la leyenda? Los apisonadores de adoquines escupieron la palma de sus manos: en sus ojos de allende se borraba una costa y en sus pies forasteros ya moría una danza. “Ellos vienen del mar y no escuchan”, me dije. “Llegan como el otoño, repletos de semilla, vestidos de hoja muerta.” Yo venía del sur en caballos e idilios: “La Patria es un dolor que aun no sabe su nombre”.
III
Una lanza española y un cordaje francés riman este poema de mi sangre. Yo ambién soy un hijo del otoño Que llegó del oriente sobre la tez del agua. ¿Qué harían en el sur y en su empresa de toros un cordaaje perdido y una lanza en destierro? Con la virtud erecta de la lanza yo aprendí a gobernar los rebaños furiosos; con el desvelo puro del cordaje yo descubrí la Patria y su inocencia.
IV
La Patria era una niña de voz y pies desnudos. Yo la vi talonear los caballos frisones en tiempo de labranza, o dirigir los carros graciosos del estío, con las piernas al sol y el idioma en el aire. (Los hombres de mi estirpe no la vieron: sus ojos de aaritmética buscaban el tamaño y el peso de la fruta.)
V
La Patria era un retozo de niñez en el Sur aventado, en la llanura tamborileante de ganaderías. Yo la vi junto al fuego de las hierras: estampaba su risa en los novillos; o junto al universo de los esquiladores, cosechando el vellón en las ovejas y la copla en las dulces guitarras de septiembre. (No la vieron los hombres de mi clan: sus ojos verticales se perdían en las cotizaciones del Mercado de Lanas)
VI
Yo vi la Paria en el amanecer que abrían los reseros con la llave mugiente de las tropas. La vi en el mediodía tostado como un pan, entre los domadores que soltaban y ataban el nudo de la furia en sus potrillos. La vi junto a los pozos del agua o del amor, ¡niña y trazando el orbe de sus juegos! Y la vi en el regazo de las noches australes, dormida y con los pechos no brotados aún.
VII
Por eso desbordé yo mi copa de tierra y un cachorro del viento pareció mi lenguaje. Por eso no he logrado todavía sacarme de los hombros este collar de frutas, ni poner en olvido aquel piafante cinturón de caballos ni esta delicia en armas que recogí en Maipú.
VIII
Guardosos de semilla, vestidos de hoja muerta, los hombres de mi clan ignoraron la Patria. Con el temblor sin sueño del cordaje la descubrí yo solo allá en Maipú. Y, de pronto, en el mismo corazón de mi júbilo, sentí yo la piedad que se alarmaba y el miedo que nacía. “La Patria es un temor que ha despertado”, me dije yo en el Sur y en su empesa de toros. “Niña, y pintando el orbe de su infancia, en su mano derecha reposa la del ángel y en su izquierda la mano tentadora del viento.”
XI
Tal fue la enunciación, el derecho y la pena que traje a la Ciudad de la Yegua Tordilla. Y así les hablé yo a los inventores de la ciudad plantada junto al río y a sus ensimismados arquitectos o a sus frutales hombres de negocio. “La Patria es un dolor en elumbral, un pimpollo terrible y un miedo que nos busca: no dormirán los ojos que la miresn, no dormirán ya ell sueño de los bueyes”. (Los apisonadores de adoquines masticaban su pan y su cebolla.)
X
Y así les hablé yo a los albañiles: “La Patria es un peligro que florece: niña y tentada por su hermoso viento, necesario es vestirla con metales de guerra y calzarla de acero para el baile del laurel y la muerte”. (Los albañiles, desde sus andamios hacían descender caautelosas plomadas.)
XI
Y dije todavía en la Ciudad, bajo el caliente sol de los herreros: “No sólo hay que forjar el riñón de la Patria, sus costillas de barro, su frente de hormigón: es urgente poblar su costado de Arriba, soplarle en la nariz el ciclón de los dioses la Patria debe ser una provincia de la tierra y el cielo”.
XII
Me clavaron sus ojos en ausencia los amontonadores de ladrillos. Los abismados hombres de negocio Medían en pulgadas la madera del norte. Nadie oyó mis palabras, y era justo: Yo venía del Sur en caballos y églogas.
XIII
Y descubrí en mi alma: “Todavía no es tiempo: No es el año ni el siglo ni la edad. La niñez de la Patria jugará todavía mas allá de tu muerte y la de todos los herreros que truenan junto al río.”
XIV
La Patria no ha de ser para nosotros una madre de pechos reventones; ni tampoco una hermana paralela en el tiempo de la flor y la fruta; ni siquiera una novia que nos pide la sangre de un clavel o una herida.
XV
Yo la vi talonear los caballos australes, niña y pintando el orbe de sus juegos. La Patria no ha de ser para nosotros nada más que una hija y un miedo inevitable, y un dolor que se lleva en el costado sin palabra ni grito.
XVI
Por eso, nunca más hablaré de la Patria.
Carta abierta a la Patria, Julio Cortázar
«Esta tierra sobre los ojos, este paño pegajoso, negro de estrellas impasibles, esta noche contínua, esta distancia. Te quiero, país, tirado abajo del mar, pez panza arriba, pobre sombra de país, lleno de vientos, de monumentos, de esperpentos, de orgullo sin objeto, sujeto de asaltos, estúpido curdela inofensivo puteando y sacudiendo banderitas, repartiendo escarapelas en la lluvia, salpicando de babas y estupor canchas de fútbol y ring sides. Pobres negros. Te estás quemando a fuego lento y donde el fuego, donde el que come los asados y tira los huesos, malandras, cajetillas, señores y cafishios, diputados, tilingas de apellido compuesto, gordas tejiendo a dos agujas, maestras normales, curas, escribanos, centrofowards livianos, Fangio solo, tenientes primeros, coroneles, generales, marinos, sanidad, carnavales, obispos, bagualas, chamamés, malambos, mambos, tangos, secretarías, subsecretarías, jefes, contrajefes, truco, contraflor al resto.
Y qué carajo si la casita era un sueño, si lo mataron en pelea, si usted lo ve, lo prueba y se lo lleva, liquidación forzosa, se remata hasta lo último. Te quiero, país tirado a la vereda, caja de fósforos vacía.
Te quiero, tacho de basura que se llevan sobre una cureña envuelto en una bandera que nos legó Belgrano, mientras las viejas lloran en el velorio, y anda el mate con su verde consuelo, lotería de pobre.
En cada piso hay alguien que nació haciendo discurso para algún otro que nació para escucharlos y pelarse las manos. Pobres negros que untan las ganas de ser blancos, pobres blancos que viven en un carnaval de negros. Qué quiniela, hermanito, en Boedo, en Palermo y Barracas, en los puentes, afuera, en los ranchos que paran la mugre de la pampa, en las casas blanqueadas del silencio del Norte, en las chapas de zinc donde el frío se frota, en la Plaza de Mayo, donde ronda la muerte trajeada de mentira
Te quiero, país desnudo que sueña con un smoking, vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga: tercera posición, energía nuclear, justicialismo, vacas, tango, coraje, puño, viveza y elegancia. Tan triste en lo más hondo del grito, tan golpeado en lo mejor de la garufa, tan garifo a la hora de la autopsia.
Pero te quiero, país de barro, y otros te quieren, y algo saldrá de este sentir. Hoy es distancia, fuga, no te metás, que vachaché, dale que va, paciencia. La tierra, entre los dedos, la basura en los ojos, es estar triste, ser argentino es estar lejos, y no decir mañana porque ya basta con ser flojo ahora.
Tapándome la cara, me acuerdo de una estrella en pleno campo, me acuerdo de un amanecer de Puna, de Tilcara de tarde, de Paraná fragante, de Tupungato arisca, de un vuelo de flamencos quemando un horizonte de bañados.
Te quiero país, pañuelo sucio, con sus calles cubiertas de carteles peronistas, te quiero sin esperanzas y sin perdón, sin vuelta y sin derecho, nada más que de lejos y amargado. Y de noche».
Patria, Julio Cortázar
Patria de lejos, mapa, mapa de nunca. Porque el ayer es nunca y el mañana mañana.
Guardo un olor de trébol, una calle con árboles, un recuerdo de manos, una luz sobre el río.
Patria, cartas que llegan y otras que vuelven, pájaros de papel sobre el mapa volando.
Porque el ayer es nunca y el mañana mañana.
Elegía de la Patria, Jorge L. Borges
De hierro, no de oro, fue la aurora. La forjaron un puerto y un desierto, unos cuantos señores y el abierto ámbito elemental de ayer y ahora.
Vino después la guerra con el godo. Siempre el valor y siempre la victoria. El Brasil y el tirano. Aquella historia desenfrenada. El todo por el todo.
Cifras rojas de los aniversarios, pompas del mármol, arduos monumentos, pompas de la palabra, parlamentos,
centenarios y sesquicentenarios, son la ceniza apenas, la soflama de los vestigios de esa antigua llama.