Franz Kafka, de William Ospina

Padre, le digo, dame tres granos de cebada para despertar al
durmiente.
Pero mi padre no responde:
es un enorme jinete de bronce, alto sobre colinas y sinagogas.
Madre, le digo, aparta tanta niebla,
muéstrame un rostro dulce, del que broten palabras ingenuas.
Pero ella se ha perdido por los callejones de piedra
y sólo encuentro en el espejo sus ojos inmensos.
Abuelo, digo entonces, ya no luches más con el ángel,
ven a contarme historias junto al fuego, mientras se hiela el Elba.
Pero el viejo me mira con ojos ausentes, y comprendo
que no es éste mi abuelo sino un viejo gitano que quiere venderme
un recuerdo.
Hermana, bella hermana, le digo,
toma mi mano que está oscuro en esta casa inmensa.
Pero a mi lado pasa una condesa polaca monumental y arrogante
y se escucha un violín, y se cierra una puerta.
Hermano, digo, qué bello cabalgas sobre el potro de madera y
de laca,
¿hacia dónde nos llevan estas tardes inciertas?
Pero él es sólo una imagen, una gris fotografía en mis manos,
y a lo lejos, atroces, los cañones resuenan.
Goethe, le digo, cántame una canción romana,
haz que yo sienta en mi corazón esta antigua tristeza.
Pero la tumba calla y sobre ella vuelan grises palomas
y no puedo abrir este libro porque sus páginas son de ceniza.
Milena, digo luego, tal vez tú puedas finalmente salvarme,
dime que soy de carne y de sangre, que esto que me atenaza es un deseo
Pero ella se afantasma entre miles de seres escuálidos
y apenas si percibo dos llamas que se apagan muy lejos.

¿Entonces es delirio todo esto? ¿A quién puedo llamar que me
salve?
Su reino es de este mundo. Todos están aceptados y absueltos.
Son demasiado humanos, son demasiado justos,
y yo no logro hablarles con mi estruendo de élitros.
y no aprendí a cruzar las puertas,
y no sé defenderme.

Si ves dos grises ojos de gato en la gótica noche de Praga
comprenderás que temo morir si me duermo.
Si oyes una canción en la gótica noche de Praga
comprenderás que intento saber dónde me encuentro.
Si oyes un corazón en la gótica noche de Praga
comprenderás quién sostiene todo este sueño.

William Ospina

Visto en: Voz y Mirada

Franz Kafka y Praga

Por: Alejandra Moglia

“En un tiempo no podía comprender por qué no recibía respuesta a mi pregunta, hoy no puedo comprender cómo pude estar engañado hasta el extremo de preguntar”. Franz Kafka.

El 24 de junio se cumplieron 86 años de la muerte de Franz Kafka, quien nació en Praga en 1883, en los tiempos del Imperio Austro Húngaro.

Escritor genial, con lucidez e ironía se anticipó con una narrativa simbólica y desalentadora a la opresión y angustia que traería aparejado el siglo XX para la humanidad. Su estilo único y su manera de entender la realidad lo llevaron a la introducción de un nuevo concepto para designar a las situaciones absurdas, grotescas, insólitas e impensadas: el término kafkiano.

La relación angustiosa y existencial con su padre lo marcó de por vida y su influencia es notoria en toda su obra. Los personajes kafkianos experimentan dolor, una angustia que los agobia y los deja solos y desesperados. El sentimiento de culpa los intima en forma permanente, los frustra y les impide alcanzar la felicidad, debiendo sufrir en muchas oportunidades situaciones que escapan a su propio control y contra la cual no pueden luchar, en donde lo absurdo adquiere un papel predominante.

Separar la obra de Kafka y sus personajes de su propia experiencia de vida se hace muy difícil, como también se hace casi imposible separarlo de su ciudad natal: Praga y Kafka son indivisibles. Quien tenga la oportunidad de viajar a Praga sin conocer un poco sobre este escritor, sin comprometerse aunque sea en parte con su obra y su pensamiento, se habrá perdido Praga para siempre.

Kafka ha sido un hombre comprometido con los valores humanos y ha tenido la brillante lucidez de anticiparle a Europa y al mundo con inteligencia e ironía, las miserias que estaban viviendo y las que estaban por llegar que, como la historia se encargó de demostrar, han sido atroces –y lo siguen siendo- para la humanidad.

Falleció en 1924 en Viena donde estaba siendo tratado por la tuberculosis que lo aquejaba pero fue enterrado en Praga. Su entierro fue conmovedor: sus familiares, amigos, escritores, periodistas, pensadores y amores desesperados estaban allí para rendirle el homenaje póstumo. Sabían que se había ido una de las personalidades más lúcidas que había dado Praga al mundo. Tras su muerte, su amigo entrañable Max Brod publicó sus obras. No faltaba mucho tiempo para que la ciudad fuera invadida por Hitler, para que toda Europa fuera arrasada, para que la muerte se expandiera por doquier de la manera más absurda e inexplicable. Las hermanas de Kafka, junto a toda la población judía del lugar fueron llevadas a campos de exterminio en donde encontraron la muerte. Finalmente, la segunda Guerra Mundial dejó un lado superior a 50 millones de muertos y le abrió las puertas a un conflicto antes impensado: la Guerra Fría.

Franz Kafka no sólo comprendió su época sino que la superó. Nadie como él ha contado la terrible sensación que podemos sentir cada uno de nosotros frente a la soledad, la incomprensión, la injusticia, la represión y la opresión, y los males más terribles del siglo XX y del actual.

En su obra, en sus cartas, en sus memorias -de una forma u otra- aparece su ciudad natal, ciudad en la que también fue enterrado. Harald Sallfener recopila en un libro titulado Franz Kafka y Praga distintos fragmentos que ratifican la unión indisoluble entre el escritor y Praga.



Video: Praga, Philip Bloom



Fotografía: Puente de Carlos, Alejandra Moglia

«…Cada uno tiene en su interior un demonio mordiente que destruye las noches y eso no es bueno ni malo, ya que es la vida. Lo que usted maldice en sí misma es pues su propia vida. Ese demonio es el material (y realmente un material precioso) que usted ha recibido y con el que debería hacer algo sin perder tiempo. (…). En el Puente de Carlos, en Praga, hay un relieve bajo la estuatua de un santo que representa su historia. El santo labra allí un campo y ha enganchado en el arado a un demonio. Éste está todavía iracundo (fase de transición; mientras el demonio no quede también satisfecho, no se trata todavía de una victoria completa), hace rechinar los dientes, mira hacia atrás, a su señor, con una mirada malvada, torcida y encoge el rabo de un modo espasmódico; pero ha sido puesto bajo el yugo. Bien, usted, Minze, no es ninguna santa y no debe serlo, además no es necesario que lo sea y sería triste, una pena, si todos sus demonios tuvieran que empujar el arado, aunque sería bueno para una gran parte de ellos y constituiría para usted una gran y buena acción…».

Franz Kafka, a Minze Eisner, 1920

Fotografía: Nuestra Señora del Týn, Alejandra Moglia

«Por favor, tenga la bondad de escribir la dirección de una manera más clara, una vez que la carta está en el sobre ya casi no me pertenece, y estud debería tener más cuidado con la propiedad de los demás, más sentido de la responsabilidad. ¿De acuerdo? De todos modos tengo la impresión, sin poder verificarla con certeza, de que se perdió la carta mía. ¡Temerosidad de los judíos! ¡En vez de temer que realmente la haya recibido!!

Franz Kafka a Milena Jesenská, 1920

Fotografía: Entrada a Mala Strana, Alejandra Moglia

«Nunca he dejado de desaconsejarle Praga a Kafka. Usted, como un amigo fiel y cordial, al que le envidio a Kafka, insistía en mantenerlo allí. Los diarios me muestran que estaba arraigado a Praga de una manera trágica. Usted tenía que vencer, y él perecer por Praga».

Ernst Weiss a Max Brod, 1937

«Pero aquí, en Franz Kafka, y sólo en el interior de la literatura moderna, no hay colores cambiantes, ni cambios de perspectiva, ni desplazamientos de bastidores. Aquí hay verdad y nada más que verdad».

Max Brod, 1924

Fuentes

Salfellner, Harald. Franz Kafka y Praga. Praha: Vitales, 1999

Valverde, Fredy. –Franz Kafka : especial para Radio Praga-. Disponible en: http://archiv.radio.cz/kafka/index.html

Franz Kafka

El paseo repentino

Cuando por la noche uno parece haberse decidido terminantemente a quedarse en casa; se ha puesto una bata; después de la cena se ha sentado a la mesa iluminada, dispuesto a hacer aquel trabajo o a jugar aquel juego luego de terminado el cual habitualmente uno se va a dormir; cuando afuera el tiempo es tan malo que lo más natural es quedarse en casa; cuando uno ya ha pasado tan largo rato sentado tranquilo a la mesa que irse provocaría el asombro de todos; cuando ya la escalera está oscura y la puerta de calle trancada; y cuando entonces uno, a pesar de todo esto, presa de una repentina desazón, se cambia la bata; aparece en seguida vestido de calle; explica que tiene que salir, y además lo hace después de despedirse rápidamente; cuando uno cree haber dado a entender mayor o menor disgusto de acuerdo con la celeridad con que ha cerrado la casa dando un portazo; cuando en la calle uno se reencuentra, dueño de miembros que responden con una especial movilidad a esta libertad ya inesperada que uno les ha conseguido; cuando mediante esta sola decisión uno siente concentrada en sí toda la capacidad determinativa; cuando uno, otorgando al hecho una mayor importancia que la habitual, se da cuenta de que tiene más fuerza para provocar y soportar el más rápido cambio que necesidad de hacerlo, y cuando uno va así corriendo por las largas calles, entonces uno, por esa noche, se ha separado completamente de su familia, que se va escurriendo hacia la insustancialidad, mientras uno, completamente denso, negro de tan preciso, golpeándose los muslos por detrás, se yergue en su verdadera estatura.

Todo esto se intensifica aún más si a estas altas horas de la noche uno se dirige a casa de un amigo para saber cómo le va.

Disponible en:http://www.sisabianovenia.com/LoLeido/Ficcion/KafkaCinco.htm



Fotografía: Puente de Carlos, entrada a Mala Strana. Alejandra Moglia


Gente que pasa por los puentes oscuros,

al lado de los santos

con lamparitas mortecinas.


Nubes que vuelan por el cielo gris,

al lado de las iglesias

con torres que oscurecen.


Uno se reclina sobre la barandilla de piedra

y mira al agua de la noche,

las manos en las viejas piedras.


Poema dedicado a Oscar Pollak, 1903


Fuente: Salfellner, Harald. Franz Kafka y Praga. Praha : Vitalis, 1999