“Alejandra” de Ernesto Sabato (letra) y Aníbal Troilo (música), por Reynaldo Martín

Alejandra

He vuelto a aquel banco del Parque Lezama.
Lo mismo que entonces se oye en la noche
la sorda sirena de un barco lejano.
Mis ojos nublados te buscan en vano.

Después de diez años, he vuelto aquí solo,
soñando aquel tiempo, oyendo aquel barco,
mis penas vencieron el tiempo y la lluvia
el viento y la muerte ya todo llevaron …

¿En qué soledades y hondos dolores
en cuales regiones de negros malvones
estás, Alejandra, por cuáles caminos,
con grave tristeza, oh muerta princesa?

He vuelto a aquel banco del Parque Lezama.
Lo mismo que entonces se oye en la noche
la sorda sirena de un barco lejano.
Mis ojos nublados te buscan en vano.

Ahora tan solo la bruma de otoño.
Un viejo que duerme… las hojas caídas…
El tiempo y la lluvia, el viento y la muerte
Ya todos llevaron, ya nada dejaron …

Ernesto Sabato

Incluido en el LP de Alberto Di Paulo: A gran Orquesta- Los 14 con el Tango

VER: El tango y sus invitados

Adiós, querido maestro

Por: Alejandra Moglia

En la madrugada de ayer falleció Ernesto Sabato, faltándole muy poco para cumplir los cien años. Mi maestro de la adolescencia y la juventud, el que cambió mi vida cuando leí Sobre héroes y tumbas, y tuve que releerlo una vez más y otra y otra…

Un sábado de mayo de 1953, dos años antes de los acontecimientos de Barracas, un muchacho alto y encorvado caminaba por uno de los senderos del parque Lezama.

Se sentó en un banco, cerca de la estatua de Ceres, y permaneció sin hacer nada, abandonado a sus pensamientos. «Como un bote a la deriva en un gran lago aparentemente tranquilo pero agitado por corrientes profundas», pensó Bruno, cuando, después de la muerte de Alejandra, Martín le contó, confusa y fragmentariamente, algunos de los episodios vinculados a aquella relación.  Y no sólo lo pensaba sino que lo comprendía ¡y de qué manera!, ya que aquel Martín de diecisiete años le recordaba a su propio antepasado, al remoto Bruno que a veces vislumbraba a través de un territorio neblinoso de treinta años; territorio enriquecido y desvastado por el amor, la desilusión y la muerte. Melancólicamente lo imaginaba en aquel viejo parque, con la luz crepuscular desmorándose sobre las modestas estatuas, sobre los pensativos leones de bronce, sobre los senderos cubiertos de hojas blandamente muertas. A esa hora en que comienzan a oírse los pequeños murmullos, en que los grandes ruidos se van retirando, como se apagan las conversaciones demasiado fuertes en la habitación de un moribundo; y entonces, el rumor de la fuente, los pasos de un hombre que se aleja, el gorjeo de los pájaros que no terminan de acomodarse en sus nidos, el lejano grito de un niño, comienzan a notarse con extraña gravedad. Un misterioso acontecimiento se produce en esos momentos: anochece. Y todo es diferente: los árboles, los bancos, los jubilados que encienden alguna fogata con hojas secas, la sirena de un barco en la Dársena Sur, el distante eco de la ciudad. Esa hora en que todo entra en una existencia más profunda y enigmática. Y también más temible, para los seres solitarios que a esa hora permanecen más callados y pensativos en los bancos de las plazas y parques de Buenos Aires.

En:Sobre héroes y tumbas

Siempre encontré en su melancolía y pesadumbre una luz de esperanza, la confianza en el ser humano comprometido con la vida y con su época.

En relación al compromiso del escritor y del artista manifestó:

No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra forma de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia: el hoy y aquí.

La tarea del escritor sería la de entrever los valores eternos que están implicados en el drama social y político de su tiempo y lugar. Como dice Sartre, «lo que es absoluto, lo que mil años de historia no puede destruir, es esta decisión irremplazable, incomparable, que el hombre toma en este momento a propósito de estas circunstancias».

Vivir es estar en el mundo, en un mundo determinado, en una condición histórica, en una circunstancia que no podemos eludir. Y que no debemos eludir, si pretendemos hacer arte verdadero.

Las florcitas en el libro

En los primeros años de la década del 80, comenzando la facultad, me encontré un día en la calle con un hombre que realmente parecía una hermosa «mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizón en el viaje a Venus«. Al pasar a su lado, me detuvo para contarme que era un interno del Borda, y regalándome unas florcitas me dijo: para que te acompañen toda la vida. Llegué a mi casa y las guardé en su antología Itinerario, específicamente en Hombres y Engranajes. Las hojas del libro quedaron algo manchaditas pero las florcitas están acompañándome desde aquel día.

Como dice Sabato en Hombres y Engranajes:

¿Por qué buscar lo absoluto fuera del tiempo y no en esos instantes fugaces pero poderosos en que, al escuchar algunas notas musicales o al oir la voz de un semejante, sentimos que la vida tiene un sentido absoluto?

Este hombre comprometido con su época, el que ha hecho una pintura de una Buenos Aires hermosamente melancólica en sus libros y muy especialmente en su tango Al Buenos Aires que se fue,  sabiendo que su final se acercaba decidió que, a la hora de su muerte, sus restos sean velados en su casa de Santos Lugares, en su barrio de toda la vida, y que se lo recuerde como un buen vecino.

Viaje a Capitán Olmos, quizás el último

Tuvo sueños que mucho más tarde intentó desentrañar. Pero ¿cómo nadie puede desentrañar el significado de los sueños?

«Capitán Olmos», oyó, entredormido. Y le pareció que era el viejo don Pancho que lo murmuraba desde su cuerpo dormido.

Miró. No, nadie. Medina habría por fin muerto. Y también, seguramente, el comisionista Bengoa. O tal vez no harían más comisiones.

Lentamente caminó hacia la casa en que había nacido, y de nuevo sintió la conmoción que había experimentado cuando su padre se moría, al oír el isócrono ruido de las maquinarias. (…).

Después se dirigió al cementerio. La viejas casas de ladrillo, pintadas de rosado o celeste, con sus cercos de cinacina o de cactos.

En el atardecer, descifraba las inscripciones, nombres que poblaron su infancia, apellidos de familias que desaparecieron, que fueron tragadas por el Buenos Aires de los años 30, cuando todos aquellos pueblos de campaña fueron diezmados por la crisis, dejando a sus muertos más solos que antes. (…)

Y la de su padre, al lado, y la de sus hermanos. Se quedó un largo rato allí. Luego comprendió que era inútil, que era muy tarde, que debía irse. (…)

Comenzó a marchar hacia la salida, viendo o entreviendo otros nombres de su infancia: Audiffred, Despuys, Murphy, Martelli. Hasta que de pronto vio con asombro una lápida que decía:

Ernesto Sabato
Quiso ser enterrado en esta tierra
con una sola palabra en su tumba
PAZ

(…) Oh, hermano mío, pensó con palabras altisonantes, para púdicamente ironizar ante sí mismo su tristeza, que al menos intentaste lo que yo nunca tuve fuerzas para hacer, lo que en mí jamás pasó de abúlico proyecto, que trataste de lograr lo que aquel sufriente negro con su blues, en el sórdido cuartucho de una ciudad sucia y apocalíptica; cuánto te comprendo para querer verte enterrado, descansando en esta pampa que tanto añoraste, y para soñarte sobre tu lápida una pequeña palabra que al fin te preservase de tanto dolor y soledad (…).

En: Abbadon el Exterminador

En el prólogo de su antología Itinerario, escrita a pedido de Victoria Ocampo, en su casa de Santos Lugares, en el invierno de 1968 dice:

Ahora que empiezo a contemplar mi vida retrospectivamente, observo que no he hecho más que rumiar algunas pocas obsesiones, obsesiones que a veces se manifestaron en tentativas racionales, en ensayos sobre el drama del hombre en esta catástrofe universal de nuestra época; y a veces en ambiguas, oscuras y contradictorias fantasías del inconsciente. Con seguridad, si un fragmento de mi obra ha de perdurar será algunos de estos inexplicables delirios. Porque, como dijo Hölderlin, cualquier hombre es un dios cuando sueña, y no es más que un mendigo cuando piensa.

En La resistencia finaliza diciendo:

Los hombres encuentran en las mismas crisis la fuerza para su superación. Así lo han demostrado tantos hombres y mujeres que, con el único recurso de la tenacidad y el valor, lucharon y vencieron a las sangrientas tiranías de nuestro continente. El ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos, porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer. En esta tarea lo primordial es negarse. Defender como lo han hecho heoricamente los pueblos ocupados, la tradición que nos dice cuánto de sagrado tiene el hombre. No permitir que se nos desperdicie la gracia de los pequeños momentos de libertad que podemos gozar: una mesa compartida con gente que queremos, una caminata entre los árboles, la gratitud de un abrazo. El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria.

Fuentes

Sabato, Ernesto. Abbadon el Exterminador. Barcelona: Seix Barral, 1991

Sabato, Ernesto. Hombres y engranajes. Barcelona: Seix Barral, 1991

Sabato, Ernesto. Itinerario. Buenos Aires: Sur, 1969

Sabato, Ernesto. La resistencia. Buenos Aires: Booket, 2006

Sabato, Ernesto. Sobre héroes y tumbas. Barcelona: Seix Barral, 1988

Sobre Ernesto Sabato

Ernesto Sabato. En: Efemérides Culturales Argentinas. Disponible en: http://www.me.gov.ar/efeme/sabato/

Ernesto Sabato. En: Literatura.org. Disponible en: http://www.literatura.org/Sabato/Sabato.html

Ernesto Sabato por su hijo. Disponible en: http://www.argentina.ar/_es/cultura/C3368-ernesto-sabato-por-su-hijo.php?a=2010&m=4

El escritor y mis fantasmas

Por: Alejandra Moglia

Maestro de vida… si María Elena Walsh ha sido la maestra por excelencia en los primeros años de mi infancia, Ernesto Sábato lo ha sido en los años de la adolescencia y, muy especialmente, los primeros de mi juventud cuando en Argentina se avistaba con emoción el retorno de la democracia. Fue en aquel tiempo cuando conocí a Alejandra y a Martín. Sobre héroes y tumbas se transformó en mi libro de vida, leído y releído una y otra vez siempre con nuevos significados.

Luego de su lectura ya no fui la misma y Buenos Aires tampoco: pasar por Parque Lezama y saber que allí, en algún lugarcito perdido en la memoria, Martín está sintiendo todavía hoy la presencia –y la ausencia- de Alejandra, y que en la Recova de Belgrano Fernando está descendiendo a una Buenos Aires espectral en busca de una secta que lo atormenta, y que es su propio infierno. Y están Bruno, Georgina, el abuelo Pancho y el Bebe, Celedonio Olmos, y Escolástica y su dolor de niña … y  otra vez Martín con su recuerdo de Alejandra, el chico inocente que no pierde la fe en la vida y decide renacer a pesar de todo… Así es Sábato, el maestro que honra la vida y decide apostar a ella jugándose todas las fichas.

El maestro que ama Buenos Aires y la recrea, y junto con ella a mis fantasmas no sólo de mi pasado sino los del pasado de los que me antecedieron y están conmigo, y que por alguna razón siguen estando, será que nunca se fueron….

Épocas de infancias añoradas, muy lejanas en el tiempo y muy cercanas en el corazón… y una Buenos Aires tan melancólica y profunda, tan hermosamente nostálgica, escondida detrás de luces posmodernas y gustos por lo foráneo pero visible para muchos otros ojos que la rescatan de su pasado y la traen a nuestro presente junto con todos sus fantasmas y sus voces que la redimen y la recrean eternamente como La Reina del Plata, la ciudad junto al río inmóvil que canta su tristeza y la hace bailar.


Fotografía: Parque Saavedra, Alejandra Moglia

…Y allí está el abuelo junto al Polaco Goyeneche, en el Parque Saavedra, llamándome para cantarme esas canciones del pasado, para acunarme en el sueño de la melancolía, para pedirme que mire esa estrella del cielo en donde está la abuela cuidándome, para contarme sobre Luis, María, el Pibe, Sapienza, Nazareno, tía Nena, Cirilo, Elena, el Coronel Brandsen, el punga futbolero, el orgullo de ser ferroviario… para recordarme quien soy… para pedirme que no tenga miedo.


Al Buenos Aires que se fue

Cuando la dureza y el furor de Buenos Aires
hacen sentir más la soledad
busco un suburbio en el crepúspulo, y entonces,
a través de un brumoso territorio de medio siglo
enriquecido y desvastado por el amor y el desengaño,
miro hacia aquel niño que fui en otro tiempo.

Melancólicamente me recuerdo
sintiendo las primeras gotas de una lluvia
en la tierra reseca de mis calles sobre los techos de zinc.
«Que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva»,
hasta que los pájaros cantaban y corríamos descalzos,
a largar los barquitos de papel.

Tiempos de las cintas de Tom Mix y de las figuritas de colores,
de Tesorieri, Mutis y Bidoglio,
tiempo de las calesitas a caballo,
de los manises calientes en las tardes invernales,
de la locomotora chiquita y su silbato.

Mundo que apenas entrevemos cuando estamos muy solos,
en este caos del ruido y del cemento,
ya sin lugar para los patios con glisinas y claveles,
donde una chica casadera cantaba algo de un pañuelito blanco,
mientras planchaba la ropa del hermano.

Cuando la dureza y el furor de Buenos Aires,
hacen sentir más la soledad,
salgo a caminar por esos barrios que tímidamente, con vergüenza,
conservan algún minúsculo tesoro de un pasado menos duro,
una maceta con malvones, alguna reja rezagada.

Pero ya Boedo no es el que cantó De Caro,
ni Chiclana la calle de Esthercita,
ni Puente Alsina en la vieja barriada
que vio nacer al poeta callejero.

En vano buscaremos las muchachas
en torno del gringo y su organito,
ansiosamente mirando la cotorra,
esperando de su pico la buenas suerte o el amor.

Feliz de vos, Homero Manzi, que te fuiste a tiempo,
cuando aún era posible escribir esas canciones de trenzas y almacenes,
cuando todavía los espíritus no estaban resecados,
por la ferocidad y la violencia.

Ya no hay novias detrás de las persianas,
esperando al gringo y su monito.
Ya murió el último organito
y el alma del suburbio se quedó sin voz.

Letra de Ernesto Sabato y música de Julio De Caro.


Fotografía: vieja Recova en el barrio de Belgrano, Alejandra Moglia


Alejandra

He vuelto a aquel banco del Parque Lezama.
Lo mismo que entonces se oye en la noche
la sorda sirena de un barco lejano.
Mis ojos nublados te buscan en vano.

Después de diez años, he vuelto a tí solo,
soñando aquel tiempo, oyendo aquel barco,
el tiempo y la lluvia, el viento y la muerte:
ya todos llevaron, ya nada dejaron …

Entre soledades y hondos dolores
en vagas regiones de negros malvones
estás, Alejandra, por cuáles caminos,
con grave tristeza, oh muerta princesa!

He vuelto a aquel banco del Parque Lezama.
Lo mismo que entonces se oye en la noche
la sorda sirena de un barco lejano.
Mis ojos nublados te buscan en vano.

Ahora tan solo la bruma de otoño.
Un viejo que duerme… las hojas caídas…
El tiempo y la lluvia, el viento y la muerte:
Ya todos llevaron, ya nada dejaron …

Letra de Ernesto Sábato y música de Aníbal Troilo


Más información en:

Fleisher, Ariel. Sábato y el tango. En: Axterion XXI. Disponible en: http://www.asterionxxi.com.ar/numero1/sabato.htm#Al%20Buenos%20Aires%20que%20se%20fue